En el tricentenario del nacimiento de Immanuel Kant, su legado continúa resonando ampliamente en el pensamiento del mundo entero. Kant no solo desafió las concepciones establecidas de la moralidad y la razón, sino que también sentó las bases para una comprensión trascendental de la condición humana y nuestra relación con el contexto que nos rodea. Sus ideas sobre la autonomía moral, el imperativo categórico y la importancia del respeto por la dignidad humana han influido en campos que van desde la filosofía y la ética hasta la política y la jurisprudencia.
A través de su incansable búsqueda de la verdad y la razón, Kant nos obsequió un legado intelectual perdurable que sigue inspirando a las generaciones actuales; principalmente en la reflexión por el lugar que ocupamos es necesario una comprensión más profunda en el universo. En este aniversario es fundamental recordar y celebrar la inspiración de Kant en la visión de una sociedad en el que la razón y la moralidad guíen nuestros pasos hacia un futuro más iluminado y justo.
En el vasto panorama de la filosofía moral, pocas voces resuenan con tanta claridad y relevancia como la de Immanuel Kant, en su obra monumental “Fundamentación de la metafísica de las costumbres” y “Crítica de la razón práctica”, Kant esculpe un enfoque ético que no solo desentraña los misterios de la moralidad individual, sino que también arroja luz sobre cómo deberíamos relacionarnos entre nosotros en sociedad.
Kant enfatiza el concepto de autonomía moral, al ser la capacidad de los individuos para enfrentarse a sus propias leyes morales. Esto implica respetar la libertad de los demás, tratándolos no como medios para nuestros fines, sino como fines en sí mismos. En el contexto de la convivencia humana, esto significa reconocer y honrar la dignidad y los derechos de cada persona, evitando convertirla en instrumento para alcanzar nuestros propios objetivos.
Para Kant, el establecimiento de un Estado justo es crucial para garantizar la convivencia pacífica y ordenada entre los individuos, para encontrarnos bajo la autoridad de leyes universales y justas, y proteger los derechos y libertades de cada ciudadano asegurando un entorno en el que puedan perseguir sus propios fines sin interferencia. Esta concepción kantiana del Estado resuena en la idea moderna de un Estado Social de Derecho, donde la justicia y la equidad son pilares fundamentales.
Esta perspectiva nos anima a examinar la ética de nuestras actuaciones no solo en lo relacionado con lo que es conveniente o beneficioso para nosotros, sino también en términos de lo que contribuye al bienestar y la armonía de la sociedad en su conjunto.
Esto conlleva que en la convivencia humana, debemos abstenernos de utilizar, manipular o coaccionar a otros para alcanzar nuestros objetivos personales, y en su lugar, buscar la armonía y el respeto mutuo que permitan a cada individuo desarrollarse plenamente dentro de la comunidad. En última instancia, para Kant, una convivencia verdaderamente ética es aquella en la que cada persona es libre para ejercer su autonomía moral mientras respeta la libertad y la dignidad de los demás, creando así una sociedad basada en la justicia y la valoración del otro.
En consecuencia, en la Colombia actual el enfoque ético de Kant nos desafía a reconocer la dignidad intrínseca de cada persona y a tratar a los demás por su propia naturaleza, no simplemente como medios para nuestros propios objetivos. Esta óptica nos insta a reflexionar sobre nuestras acciones y decisiones, asegurándonos que estén alineadas con los principios universales de justicia y respeto mutuo.
Al adoptar esta ética, podemos construir relaciones más sólidas y respetuosas entre nosotros, así como instituciones y estructuras sociales que promuevan la igualdad, la equidad y el respeto por los derechos de todos los colombianos. Es un recordatorio poderoso de nuestra responsabilidad hacia la sociedad en su conjunto, desafiándonos a actuar de manera que refleje nuestro compromiso con la moralidad y el bienestar colectivo.
En el tejido de nuestra coexistencia, no es suficiente la capacidad de los individuos para razonar y establecer sus propias máximas morales, o imitar simplemente las acciones de otros; más bien, deberíamos considerar si desearíamos vivir en un mundo donde tal acción fuera la norma para todos, siempre y cuando la imitación no se haga por conveniencia o por razones egoístas, lo cual no cumpliría con los estándares éticos kantianos. Esta perspectiva nos anima a examinar la ética de nuestras actuaciones no solo en lo relacionado con lo que es conveniente o beneficioso para nosotros, sino también en términos de lo que contribuye al bienestar y la armonía de la sociedad en su conjunto.
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