El fenómeno del “asesino a sueldo” se ha exacerbado en los últimos años, lo anterior se evidencia con las estadísticas del homicidio. En Colombia, según la Fiscalía General de la Nación en el 2019 hubo un total de 12.277 asesinatos y en la modalidad del sicariato se presentaron al menos 6.466 casos, más de la mitad del total, lo que indica que de forma diaria son asesinados por sicarios 17 personas. La violencia homicida ha golpeado por décadas el país y en la actualidad las empresas criminales dedicadas al homicidio por encargo, son una amenaza para la seguridad de todos los ciudadanos.
El asesinato por intermedio de un “trabajador de la muerte”, está determinado de forma funcional por los intereses de organizaciones criminales, en la mayoría de los casos relacionados con el narcotráfico, quienes recurren a bandas especializadas en vender ese macabro servicio.
El sicario de manera general no cuenta con razones personales para agredir a su víctima, solo está ofreciendo un servicio “profesional”, para deshacerse de alguien que “incomoda” o adeuda algo a otro individuo. Lo anterior como respuesta por parte de la delincuencia a las manifestaciones anómicas en nuestra sociedad y las desigualdades vividas.
El grupo de jóvenes entre los 15 y 29 años son las personas que más están siendo afectadas con el fenómeno de violencia en Colombia. Los jóvenes se han convertido en “instrumentos” de diferentes estructuras criminales, quienes los han reclutado para incluirlos en sus actos violentos y delictivos. Primero, en los años 80 y 90 los muchachos ingresaban a las organizaciones criminales por un proceso de autorrealización.
Así, el sicario adquiere notoriedad desde la misma invisibilidad social que los ha condenado a vivir al margen del Estado Social de Derecho
Posteriormente, la situación social se recrudeció e iniciaban su vida delincuencial integrando las pandillas de sus barrios. Hoy, las estadísticas sobre el comportamiento criminal de los más jóvenes nos indican que el tráfico, la fabricación y el porte de estupefacientes, junto con las diferentes modalidades de hurto, la extorsión y el homicidio por encargo, son los delitos con la mayor tasa de participación entre los muchachos.
Son jóvenes que provienen de familias desintegradas, de los sectores más vulnerables de la sociedad y gran parte son desertores del sistema educativo, sin ocupación alguna, quienes hasta ahora están llegando a la adolescencia. Las organizaciones delincuenciales los miran como un objeto, son sustituidos de manera inmediata al ser abatidos y cada vez por unos más jóvenes.
Así, el sicario adquiere notoriedad desde la misma invisibilidad social que los ha condenado a vivir al margen del Estado Social de Derecho. Ellos al final serán judicializados por las fuerzas legales del Estado, sin embargo, hay que plantear estrategias innovadoras y eficientes o sino las nuevas generaciones transitarán a un callejón sin salida.