Seguridad en distintos niveles
La seguridad es como una sinfonía: cada instrumento —el individuo, la comunidad, el Estado, los organismos internacionales— tienen un papel distinto, pero cuando todos están afinados y en armonía la obra cobra sentido y vida. Si un violín desafina, si los vientos no entran a tiempo o si la percusión se adelanta, el concierto se convierte en caos. Así ocurre con la seguridad cuando se aborda como un asunto exclusivo del Estado, desconectándose de la vida cotidiana. No se puede esperar equilibrio social si uno de los niveles —personal, comunitario, nacional o internacional— falla o queda silenciado.
Imaginemos por un momento a una persona que se siente insegura en su hogar, en su barrio o en su sitio de ocio. ¿Esto reflejaría un país seguro? Pensemos ahora en una comunidad donde reina la desconfianza, el silencio ante la violencia doméstica o el miedo a denunciar el microtráfico. ¿Es viable construir institucionalidad si la base social está desmoronada? Por supuesto, las posibilidades serían escasas. Bien lo plantea David Baldwin en su ensayo “The Concept of Security”, la seguridad se centra en relación con tres preguntas fundamentales: ¿seguridad para quién?, ¿frente a qué amenazas?, ¿mediante qué medios? Sin claridad conceptual, el diseño de políticas se reduce a respuestas reactivas, y que esa persona en su residencia se mantenga en estado de alerta.
Si bien se ha logrado disminuir ciertos indicadores de violencia en el país, la percepción de inseguridad persiste. ¿Por qué? Porque la seguridad no se mide solo en cifras, sino también en sensaciones y símbolos. Hay quienes nunca han sido víctimas directas de hechos delictivos y aun así, viven con miedo. Otros confían más en una reja, en una cerca o en una pared rematada con restos de botellas de vidrio, que en una denuncia. Ese vacío entre las personas y las instituciones no se resuelve con incremento en el pie de fuerza, requiere que la seguridad personal y comunitaria se sienta, se viva y se construya.
A nivel comunitario, la clave está en el tejido social. Una calle iluminada, una red de vecinos conectados, una escuela con programas psicosociales y de acompañamiento a jóvenes en riesgo, y centros comunitarios con ofertas de recreación atractivas para niños, niñas y adolescentes parecen detalles menores, sin embargo, previenen delitos, generan confianza y fortalecen la corresponsabilidad. Donde hay organización social, hay vigilancia natural y resistencia a las economías ilegales. Lo contrario también es cierto: las estructuras criminales prosperan donde hay abandono institucional y fragmentación comunitaria. No basta con que el Estado “llegue”: debe integrarse a una comunidad viva, activa y con capacidad de agencia.
Es la posibilidad real de vivir sin miedo, y vivir sin miedo debe ser hoy el gran interés nacional. Un acuerdo donde todos tengamos parte, de lo particular a lo global, de lo urgente hasta lo estructural. Sin armonía, no hay concierto, y sin seguridad, no hay futuro.
En el plano nacional el reto es institucional. Las políticas públicas se basan en evidencia, justicia accesible, igualdad ante la ley y legitimidad en el uso de la fuerza. La ciudadanía no quiere represión, exige garantías. La seguridad nacional no puede seguir dependiendo en exclusiva de un enfoque militar o policial, debe ser democrática, preventiva y articulada con la ciudadanía.
Y cuando hablamos del entorno internacional no podemos ignorar que las amenazas de hoy trascienden fronteras: crimen transnacional, migración forzada, ciberataques, trata de personas, financiación ilícita. Mary Kaldor, en su libro “New and Old Wars: Organized Violence in a Global Era”, mostró cómo las guerras modernas ya no son conflictos entre Estados, sino escenarios híbridos donde actores armados, redes criminales y poderes locales delinquen en simultáneo. En ese contexto, la cooperación internacional no es una opción, es una urgencia.
Entonces, ¿cómo avanzar? Primero, al cambiar la narrativa de una seguridad como imposición de poder a una seguridad como construcción colectiva; segundo, fortaleciéndose el nivel comunitario como punto de partida para las demás escalas con recursos presupuestales y líderes al servicio de las sociedades; y tercero, integrar lo local con lo global con mecanismos eficaces de coordinación y respuesta.
Nuestra sociedad espera mayores estrategias que integren los niveles de seguridad en un modelo coherente, con indicadores claros, corresponsabilidad real y liderazgo ético. Luego, el llamado es concreto: que el gobierno nacional lidere una política de seguridad integral, no fragmentada, que las autoridades locales dejen de improvisar y construyan sobre el conocimiento existente, que los ciudadanos asumamos nuestro rol en la prevención y que la cooperación internacional se base en confianza, y no en intereses pasajeros.
La seguridad no es la ausencia de violencia. Es la posibilidad real de vivir sin miedo, y vivir sin miedo debe ser hoy el gran interés nacional. Un acuerdo donde todos tengamos parte, de lo particular a lo global, de lo urgente hasta lo estructural. Sin armonía, no hay concierto, y sin seguridad, no hay futuro.
Publicada en: https://www.kienyke.com/columnista/jimmy-bedoya