La investigación realizada por el Grupo de Memoria Histórica (2013) permite concluir que la confrontación se radicalizó y se degradó a tal punto que las agrupaciones armadas ilegales cometieron masacres, crímenes sexuales, despojo de bienes y otros hechos con los cuales “castigaban” a sus adversarios y a la población civil, causando la muerte de aproximadamente 220.000 personas, 27.000 secuestros, 25.000 víctimas de desapariciones, desplazamiento forzado de 5 millones de personas y al menos 10.000 más fueron víctimas de lesiones de minas antipersona, evidencia de la dimensión tan abrumadora de los hechos vividos por más de cinco décadas. Tomando como referente el ámbito geográfico interno, los muertos presentados equivalen a la desaparición de la población de ciudades enteras como Itagüí o Riohacha.
Es así que en esta nueva etapa del país, se requiere como sociedad fomentar la capacidad para construir las potencialidades necesarias en torno a seguir proyectándonos en el futuro a pesar de los acontecimientos desestabilizadores, las condiciones de vida difíciles y los traumas causados por la violencia y el terror.
A mediados del s. XX, las ciencias humanas comenzaron a utilizar el término resiliencia para referirse a la condición que permitía superar las situaciones adversas y lograr sobresalir de las presiones y dificultades cuando en su lugar otras personas o grupos sociales no podían hacerlo y seguir adelante con un proyecto de vida. Esto es de importancia porque demuestra en la historia la forma en que ciudades enteras y sus habitantes han superado las guerras y fuertes escenarios de violencia.
La resiliencia no es un rasgo que las sociedades y los individuos posean o no posean. Conlleva conductas, pensamientos y acciones que cualquier sujeto y sus conglomerados pueden aprender y desarrollar. Se trata de una nueva visión de la manera en que los diferentes seres humanos afrontan posibles causas de estrés: malas condiciones y vejaciones en la familia, secuestros y situaciones de crisis como las causadas por la violencia y el terror, las grandes pérdidas económicas o de otra índole.
Las sociedades “resilientes” se destacan por poseer un alto nivel de competencia en distintas áreas, ya sea intelectual y emocional como la autoestima, sentimientos de esperanza, autonomía e independencia. La resiliencia es una característica que surge del producto de una interacción positiva entre el componente personal y ambiental de la sociedad, pero también como una forma para poder responder ante situaciones de conflicto.
La resiliencia es más que resistir, es también reaprender a vivir, es mostrarle un rostro diferente al mundo cuando se sobrepasan las duras pruebas que nos da la vida y especialmente ante las consecuencias que nos deja el conflicto (físicas y psicológicas). Por lo tanto la resiliencia, como el deseo de sobrellevar y superar las situaciones de desesperanza hacen que las sociedades y los seres humanos replanteen su existencia buscando fortalecer lo que antes era débil.
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