La semana pasada en ceremonia presidida por el Presidente de la República se realizó el ascenso de generales y almirantes de la Fuerza Pública, en el campo de paradas “Batalla de Boyacá” de la Escuela Militar de Cadetes “General José María Córdova”, epónimo lugar que manifiesta el simbolismo del mito fundacional de la nación, e invita a recordar a los héroes que dieron la vida en la campaña independentista.
Los nuevos generales y almirantes fueron investidos de liderazgo y autoridad, y tendrán la inmensa responsabilidad de dirigir los designios de la Fuerza Pública durante los siguientes años en un panorama que los enfrentará a inexcusables retos en materia de seguridad y para los cuales se han preparado a lo largo de su trayectoria profesional.
En la realidad que vive el país, los recién ascendidos al grado de general deberán transformar su forma de liderar y gestionar el capital humano de sus instituciones, puesto que se van a enfrentar a fuertes desafíos que demandan un liderazgo respetuoso, adaptativo, holístico, humilde, resiliente y emprendedor, para actuar con responsabilidad en el reforzamiento de los valores democráticos de la nación y al final rendir cuentas ante la sociedad sobre sus actuaciones.
Ahora detentan la labor de gerenciar sus instituciones para que estas alcancen los más altos estándares de modernidad para contribuir al mejoramiento de la calidad de vida, no solamente de los integrantes de sus correspondientes fuerzas, sino también de la comunidad en general y sus territorios.
Es imprescindible recordar que no existen responsabilidades pequeñas y que quien no rinde en los desafíos menores tampoco estarán en capacidad de actuar en los de mayor envergadura.
El ser general y almirante de la República significa ser el líder que nunca renuncia a sus deberes, sin acciones dispersas para guiar a la colectividad en el logro de un sueño compartido
Así mismo, deben tener la claridad que ahora sus actos tanto públicos como privados, incluso los no intencionados, serán evaluados por la sociedad en general, y sus consecuencias serán el resultado de las decisiones que tomen o acepten. Más que antes se verán compelidos a asumir la responsabilidad como un ejercicio constante de reconocer los errores y aprender de estos.
El ser general y almirante de la República significa ser el líder que nunca renuncia a sus deberes, sin acciones dispersas para guiar a la colectividad en el logro de un sueño compartido, y ese propósito, el cual hace parte del juramento que hicieron de proteger la Constitución, deberán refrendarlo al convertirlo en su proyecto y, por lo tanto, en su responsabilidad más apremiante al enfocarse en los indicadores que les permita un mayor nivel de autonomía a la hora de escoger el “cómo”, teniendo claro el “para qué” y el “cuándo” en sus decisiones.
Un oficial así representa la autoridad ejercida con verdadero liderazgo, libertad, justicia, pulcritud, basándose siempre en los postulados filosóficos de sus instituciones; mediante el ejercicio de la facultad practicada en términos de un servicio desinteresado a la comunidad bajo los principios del respeto y obediencia a la Carta Magna hasta las últimas instancias, como el capitán de un barco que no abandona su embarcación aún en las horas trémulas, y si lo hace será enjuiciado de forma severa.
Los nuevos líderes en el grado de general y almirante se inscriben en un sistema de valores que está por encima de ellos, quienes bajo la solemnidad de la imposición de insignias confirman que son partícipes de unas instituciones con el mejor capital humano, afianzada en los pilares de la libertad de la patria y plenamente comprometidos con la misión constitucional. Mis más sinceras felicitaciones y deseos de éxitos para cada uno de ellos.
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