El episodio es conocido por la mayoría. Un vecino del barrio se encuentra caminando con su perro en el parque de la localidad. En el transcurso del paseo, su dócil mascota inicia a realizar sus necesidades fisiológicas y el propietario escudriña de reojo para que no se presenten testigos de las “gracias” de su fiel amigo. El que dice llamarse ser humano escapa de la olorosa escena, dejando atrás la sucia evidencia.
Una creencia popular reza “pisar caca, atrae fortuna”. Lo anterior se encuentra muy lejano de la realidad, el excremento de los perros que queda en el espacio público se convierte en un problema ambiental con consecuencias en la salud pública.
Un perro de tamaño promedio pesa unos 14 kilos, el cual defeca por día 600 gramos de excremento —18 kilos al mes—, heces que en gran parte no son recolectadas, las cuales terminan en la vía pública a donde los lleva su dueño o el paseador. Según censo realizado por el ministerio de Salud en 2017 en el país existen 4’900.000 perros, cifra con la que se puede dimensionar el problema.
La salud de las personas se ve afectada desde el mismo instante que la materia fecal toca el suelo. Después de 24 horas que el perro defecó, el medioambiente solidifica las heces, las convierte en polvo y de esta manera son dispersadas por el viento, contaminando el agua, los alimentos y el aire que se respira. Esto genera infecciones por parásitos (lombrices, amebas o bacterias), y enfermedades coronarias, hepáticas, de la visión, la piel y del sistema digestivo.
La salud de las personas se ve afectada desde el mismo instante que la materia fecal toca el suelo
Es obligatorio que el dueño recoja la deposición de su perro. La cual debe ser almacenada en forma apropiada. No recolectar los excrementos de las mascotas o no desecharlos correctamente, genera la imposición de un comparendo y el pago posteriormente de una multa de cuatro salarios mínimos diarios legales vigentes según la ley 1801 de 2016 —Código Nacional de Policía y Convivencia—.
Se debe recordar que el civismo es una actitud que consiste en la observación de unas pautas mínimas de comportamiento para poder vivir en colectividad, con base en el respeto al prójimo, hacia el entorno natural, los objetos y las instituciones públicas, sumado a una educación en valores, urbanidad y cortesía.
Desde luego el tener una mascota en este país es un derecho, pero también conlleva una serie de deberes y compromisos con la comunidad. Es necesario que las mascotas disfruten en un espacio abierto para que interactúen con sus dueños. Pero de la misma forma todas las demás personas tienen derecho a disfrutar de un medioambiente saludable. Con civismo se tendrá una sana convivencia y se estará en armonía con la ciudad, para contar con ambientes 100% libres de caca de perro.
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