En miles de años el ser humano antiguo llevó una existencia nómada, dedicándose a la caza, la pesca y la recolección. Las primeras ciudades iniciaron a agruparse en pequeños núcleos alrededor del IV milenio a.C., en Mesopotamia. Desde el neolítico, con el desarrollo de la agricultura y el pastoreo, se constituyeron aldeas más permanentes y aún más pobladas.
Se da entonces inicio a una “revolución urbana”, en donde las ciudades nunca han dejado de crecer y han generado cambios demográficos que transformaron por entero el curso de la historia de la humanidad.
Uno de los más antiguos emplazamientos urbanos conocidos, fue la comunidad agrícola Catal Hüyük, localizada en la actual Turquía, terminando el segundo milenio a.C., quienes construyeron numerosas y sorprendentes viviendas, las cuales presentaban muchos de los rasgos que asociamos con la vida moderna y convirtiéndolos en una comunidad única en el mundo. Este poblado, albergó casi 5.000 habitantes.
Desde el siglo XVII, ciudadanos de Norteamérica, Europa Occidental y América Latina se han trasladado masivamente a las ciudades y sus arrabales. En el siglo XIX, apenas 1 de cada 30 personas vivía en una ciudad. Hoy, tres de cada cuatro lo hacen. Existen en el momento por lo menos 500 ciudades con poblaciones que superan el millón de habitantes, incluyendo 28 megaciudades con 10 millones o más. En 1950, sólo existían 83 ciudades con más de un millón de personas, y tan solo tres megaciudades.
Por lo tanto la seguridad, estabilidad y el desarrollo sostenible del siglo XXI, depende de las grandes ciudades, y especialmente de las medianas que crecen rápidamente. Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, 7 de las 10 ciudades más peligrosas del globo, están ubicadas en América Latina y el Caribe. San Pedro Sula (Honduras) se encuentra en el segundo lugar, detrás de Aleppo en Siria.
La violencia aumenta a la par con el crecimiento urbano, ya que se requiere una mayor demanda de servicios, de territorio, de aglomeración poblacional, los cuales generan cambios importantes en la dinámica de las ciudades y coinciden con el incremento de las estadísticas de violencia y criminalidad, sumada a otros factores estructurales como: las desigualdades sociales -las comunidades con pocas oportunidades se les dificultará controlar su entorno y contrarrestar la delincuencia-; la desintegración familiar, ausentismo escolar e incremento de niños, niñas y adolescentes en la participación de delitos; y adicionalmente el excesivo consumo de alcohol y sustancias alucinógenas es otro multiplicador relacionado con la delincuencia.
Desde luego, esta situación debe llevar a la implementación de políticas públicas que contribuyan a resolver los problemas estructurales y a atender los factores de riesgo. Pero no se debe hacer solo desde el sector de la seguridad, sino desde los campos de la educación, recreación, cultura, deporte, empleo y hábitat. Para enfrentar no exclusivamente los problemas locales sino también los desafíos internacionales.
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