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Infocracia y seguridad: la nueva amenaza invisible en Colombia

En el mundo digitalizado de hoy, ha aumentado el riesgo del uso de la información como un arma con el potencial de trastocar a la sociedad, si bien, la información y en específico los medios para difundirla han jugado a lo largo de los siglos un papel determinante en la forma en que los individuos se perciben a sí mismos y con los demás, cada vez se estrecha más la relación objetiva entre los hechos y las opiniones. En su libro “Infocracia: La digitalización y la crisis de la democracia”, Byung-Chul Han alerta sobre los peligros de la manipulación informativa y su impacto en la democracia. En Colombia, este fenómeno tiene implicaciones profundas en la seguridad pública, alterando no solo la percepción ciudadana, sino también la capacidad de las instituciones para proteger a la sociedad.

La infocracia no es un concepto lejano, en el contexto colombiano su influencia es palpable. La manipulación de noticias y la propagación de información falsa generan un clima de inseguridad que trasciende lo físico y fractura la confianza hacia la gobernanza del Estado. Esta amenaza invisible no solo afecta la gestión de la seguridad pública, sino que también pone en riesgo la cohesión social.

El ecosistema digital ha permitido que las narrativas falsas proliferen de manera exponencial. Noticias alarmistas y manipuladas pueden generar caos en las comunidades, y obligan a las autoridades a movilizar recursos hacia amenazas inexistentes y se desprotegen otros sectores vulnerables. Este fenómeno fue observado en el pasado “estallido social” cuando circularon mensajes falsos a través de redes sociales que advertían sobre supuestos saqueos y ataques a residencias por parte de grupos vandálicos. Estos rumores infundados llevaron a que numerosos ciudadanos, presa del miedo, formaran grupos de defensa comunitaria armándose con palos y otros objetos para proteger sus hogares de peligros ficticios.

Las plataformas digitales, diseñadas para maximizar la atención del usuario, amplifican las emociones negativas. Según Han, este mecanismo refuerza un sesgo cognitivo hacia el miedo y la desconfianza. En Colombia, la viralización de videos fuera de contexto o noticias falsas ha erosionado la confianza en las autoridades locales, y debilitan su capacidad para mantener el orden y la seguridad. Esto evidencia una alerta institucional y cultural.

La seguridad del futuro se afronta en el terreno físico y en el campo de las opiniones enmascaradas. Es nuestra responsabilidad asegurarnos de que la verdad siempre prevalezca.

Ante esta amenaza invisible se requiere una respuesta innovadora e integral al combinarse tecnología avanzada con ciberdefensa. Esto incluye el desarrollo de sistemas de monitoreo que detecten y neutralicen la propagación de noticias falsas relacionadas con la seguridad pública, como por ejemplo un observatorio de información como organismo autónomo que trabaje en colaboración con autoridades, medios de comunicación, empresas tecnológicas y la academia.

Al igual, es fundamental empoderar a los ciudadanos con herramientas y conocimientos que les permitan identificar información manipulada. Esto puede lograrse a través de programas educativos masivos. Las instituciones de seguridad deben ser transparentes y responsables en la gestión de la información, y así evitar la desinformación. Es esencial una comunicación efectiva que desmienta rumores, desmitifique imaginarios con el propósito de generar confianza entre la ciudadanía y las instituciones.

En palabras de Byung-Chul Han, “la digitalización no solo redefine la democracia, sino también el poder”. En el país una respuesta colectiva e innovadora evitaría que las narrativas falsas determinen las decisiones y que el miedo digitalizado fragmente la sociedad.

Es hora de liderar un modelo de seguridad que trascienda las medidas tradicionales y abarque tanto lo físico como lo digital. Las autoridades deben adoptar tecnologías avanzadas y fomentar la transparencia, mientras que los ciudadanos tienen que convertirse en defensores de la verdad, fortaleciendo la cohesión social desde la educación y la conciencia digital.

En una era donde el acceso y la globalización de la información y su parte contraria, la desinformación es tan poderosa como las armas, Colombia tiene la oportunidad de liderar un modelo de seguridad que no solo proteja nuestros territorios, sino también nuestras mentes. Es hora de construir una ciudadanía crítica, consciente y preparada para enfrentar las sombras de la infocracia. Solo así podremos transformar la inseguridad percibida en confianza colectiva, al recuperarse la cohesión social y al fortalecerse las instituciones que nos protegen. La seguridad del futuro se afronta en el terreno físico y en el campo de las opiniones enmascaradas. Es nuestra responsabilidad asegurarnos de que la verdad siempre prevalezca.

El liderazgo perdido: ¿Por qué Colombia necesita referentes que inspiren?

En el panorama nacional se observa la ausencia de liderazgos efectivos. Diversas encuestas de opinión reflejan una desconfianza generalizada hacia las instituciones políticas y sociales. Los colombianos continúan perdiendo la fe en sus dirigentes, quienes en lugar de ser faros que guían hacia un futuro prometedor han perpetuado ciclos de corrupción, inequidad y estancamiento. Esta crisis de liderazgo no es solo un obstáculo para el desarrollo, es un llamado urgente a la reflexión y la acción colectiva.

La confianza en las instituciones está debilitada. Informes recientes del Latinobarómetro revelan que menos del 20% de los colombianos confían en el Congreso, mientras que la percepción de corrupción en el sector público sigue en aumento. Este fenómeno no se limita a la política también afecta al ámbito empresarial, donde casos de ética cuestionables han erosionado la credibilidad de grandes corporaciones. Detrás de estos números hay una realidad innegable: la ausencia de líderes con propósito. Los dirigentes actuales parecen carecer de visión a largo plazo y de una comprensión profunda de las necesidades de las comunidades que representan. En consecuencia, la corrupción y el debilitamiento de las instituciones se han convertido en parte del paisaje cotidiano, perpetuando un ciclo de desigualdad y polarización.

En su libro “El nuevo liderazgo”, Martín Cañeque ofrece una guía indispensable para entender cómo los líderes pueden habituarse a escenarios de cambios e incertidumbre. Su enfoque combina ética, empatía y capacidad de recuperación, tres pilares fundamentales para afrontar la crisis de liderazgo en Colombia. Cañeque enfatiza que el liderazgo no puede separarse de la coherencia y los valores. En el país los líderes están llamados a restablecer la confianza al actuar con transparencia y priorizarse el bien común sobre los intereses particulares. Un buen líder no solo dirige, inspira. La fortaleza de conectar emocionalmente con las personas y comprender sus necesidades es crucial para movilizar a las comunidades hacia objetivos compartidos. En un entorno volátil como el colombiano, la empatía y el talento para adaptarse a nuevos desafíos son imprescindibles. El liderazgo transformacional que plantea Cañeque es la clave para superar las barreras actuales y construir un futuro más prometedor.

El liderazgo que transformará a Colombia no llegará desde un pedestal ni desde un título. Nacerá del valor de quienes, día a día, eligen ser el cambio que desean ver. No esperemos héroes, convirtámonos en ellos. El futuro de un país no lo escribe quien promete, sino quien inspira con sus actos.

Existen ejemplos en el panorama global que demuestran cómo el liderazgo transformacional incide en el rumbo de un país. Jacinda Ardern, ex primera ministra de Nueva Zelanda, es un referente de cómo liderar con empatía y visión. Su manejo de los atentados de Christchurch demostró que un líder puede unir a una nación incluso en los momentos más oscuros. Otro ejemplo es Angela Merkel, quien durante sus años como canciller de Alemania consolidó su país como un prototipo de estabilidad y liderazgo moral. Su enfoque pragmático y su compromiso con la justicia social dejaron un legado que trasciende fronteras. Estos casos contrastan drásticamente con la realidad colombiana. Mientras líderes internacionales inspiran confianza y generan cambios tangibles, en Colombia la falta de visión y compromiso sigue siendo un obstáculo.

La ausencia de liderazgo efectivo tiene consecuencias devastadoras. La corrupción, el descontento social y la polarización son solo algunos de los efectos más visibles. Pero hay otros más profundos: el estancamiento en la educación, la inseguridad en las ciudades y la incapacidad de gestionar los desafíos ecosistémicos globales, por mencionar algunos. Un ejemplo claro es el deterioro de la seguridad urbana. La falta de un liderazgo estratégico conlleva respuestas reactivas y fragmentadas que arrincona a los ciudadanos a un estado de constante vulnerabilidad. Este problema no solo afecta la calidad de vida, sino además el desarrollo económico y social.

El futuro de Colombia no depende exclusivamente de quienes ocupan altos cargos. También está en las manos de cada ciudadano que, con pequeños actos de responsabilidad y compromiso, puede contribuir a la formación de un liderazgo ético y transformador. Para el año 2025 es imperativo que las autoridades se enfoquen en fortalecer la educación en valores y liderazgo desde la academia.

Asimismo, la sociedad civil debe exigir transparencia y coherencia a sus líderes, no solo en el ámbito político, sino también en el empresarial y comunal. Como colectividad debemos dejar de esperar que los héroes surjan espontáneamente y en su lugar ser proactivos en la construcción de un liderazgo que inspire y transforme. Es tiempo de formar líderes que a través de sus acciones impulsen el mejoramiento de la comunidad en general.

El liderazgo que transformará a Colombia no llegará desde un pedestal ni desde un título. Nacerá del valor de quienes, día a día, eligen ser el cambio que desean ver. No esperemos héroes, convirtámonos en ellos. El futuro de un país no lo escribe quien promete, sino quien inspira con sus actos.

La seguridad ciudadana en Colombia: entre cisnes negros y rinocerontes grises

El inicio de 2025 encuentra a Colombia ante el desafío de redefinir su seguridad ciudadana en un contexto donde lo impredecible y lo evidente convergen para amplificar los riesgos. Por un lado, los cisnes negros, como ataques terroristas o ciberataques, representan eventos de alto impacto que desestabilizan a las instituciones y la sociedad al desafiar toda predicción basada en datos históricos, como explica Nassim Nicholas Taleb en su obra “El cisne negro”. Desde otro punto, los rinocerontes grises, descritos por Michele Wucker en “The Gray Rhino”, incluyen amenazas claras como la violencia urbana, las economías criminales y la crisis migratoria, que erosionan sistemáticamente la confianza en el Estado cuando no se abordan con urgencia. Esta combinación de fenómenos resalta la necesidad de estrategias integrales que enfrenten tanto lo inesperado como lo irrebatible, garantizando una respuesta efectiva frente a los retos de seguridad pública en el país.

Cisnes negros como el ataque a la Escuela General Santander en 2019 es un ejemplo emblemático de un evento inesperado que generó conmoción nacional e internacional. Asimismo, posibles futuros cisnes negros incluyen ciberataques masivos contra la infraestructura crítica, como el sistema financiero o el control del transporte aéreo, cuya preparación es insuficiente. Por otro lado, los rinocerontes grises están presentes en forma de riesgos evidentes y crónicos. La violencia generalizada, con el auge de homicidios y extorsiones en varios departamentos del país entre ellos Antioquia, Valle del Cauca y Cundinamarca como lo indican las cifras al cierre del 2024, refleja un problema sistémico que sigue sin resolverse. El narcotráfico, pese a los esfuerzos de varias décadas, sigue siendo una amenaza constante para la seguridad y la economía del país. 

Por su parte, un rinoceronte gris que fácilmente puede transformarse en un cisne negro como la corrupción podría derivar en una crisis institucional inesperada, hasta el punto de desestabilizar a la Fuerza Pública y debilitar la capacidad del Estado para combatir riesgos inminentes. La desconexión entre la planificación estratégica y la ejecución operativa agrava estos riesgos. Las instituciones colombianas han mostrado una tendencia a responder reactivamente en lugar de anticiparse a los eventos. La falta de inversión en tecnología avanzada, la carencia de coordinación interinstitucional y la debilidad en la rendición de cuentas son factores que perpetúan esta situación.

A la ciudadanía, se le invita a participar activamente en la construcción de una seguridad sostenible. 2025 es una oportunidad para construir un sistema robusto, capaz de reorganizar la convivencia en un entorno donde los cisnes negros y los rinocerontes grises continuarán marcando el panorama.

Sin embargo, también existen oportunidades para mejorar. La incorporación de tecnologías predictivas como el análisis de big data y la inteligencia artificial podría transformar la manera en que el país aborda tanto los cisnes negros como los rinocerontes grises. La descentralización también podría fortalecer la capacidad de las regiones para gestionar sus propios riesgos. Inspirándose en las lecciones de Taleb y Wucker se podría construir un sistema de seguridad adaptativo, es decir, que no solo resista las crisis, sino que también aprenda y se fortalezca con ellas. Esto requiere una estrategia integral que contemple: preparación para cisnes negros con inversión en inteligencia predictiva y tecnológica, simulacros y protocolos de respuesta rápida, y cooperación internacional para enfrentar riesgos globales; y una gestión de rinocerontes grises con políticas estructurales que aborden problemas como la corrupción y la desigualdad, transparencia y evaluación de desempeño en la gestión de seguridad, y descentralización para empoderar a las regiones.

En este nuevo año, Colombia debe asumir con valentía el reto de transformar su enfoque de seguridad ciudadana. La preparación para lo impredecible y la acción frente a lo evidente no son objetivos excluyentes, sino complementarios. Solo un modelo integral y proactivo permitirá al país enfrentar los desafíos de un futuro incierto con fortaleza y confianza. A las autoridades, se les insta a priorizar la inversión en tecnología, diseñar políticas públicas en seguridad respaldadas por indicadores confiables y medibles, y mejorar la coordinación interinstitucional. A la ciudadanía, se le invita a participar activamente en la construcción de una seguridad sostenible. 2025 es una oportunidad para construir un sistema robusto, capaz de reorganizar la convivencia en un entorno donde los cisnes negros y los rinocerontes grises continuarán marcando el panorama.

Publicada en: https://www.kienyke.com/columnista/jimmy-bedoya

Honor y acción: el compromiso de la sociedad con su Fuerza Pública

El 2024 quedará marcado en la memoria colectiva de Colombia como un año donde, en medio de los esfuerzos por alcanzar la llamada “Paz Total”, 90 miembros de la Fuerza Pública ofrendaron sus vidas en cumplimiento del deber. Soldados y policías enfrentaron una realidad cruda y dolorosa: la amenaza constante de grupos armados ilegales en territorios donde la presencia del Estado es precaria y la violencia es el lenguaje predominante. Mientras recordamos sus nombres con respeto y admiración, surge una pregunta fundamental: ¿qué estamos haciendo, como sociedad, para proteger a quienes nos protegen?

La Fuerza Pública no solo representa un brazo operativo del Estado; es también el símbolo de un compromiso colectivo por garantizar la seguridad y el bienestar de los colombianos. Cada policía que patrulla nuestras calles y cada soldado que enfrenta los peligros en las zonas rurales es un recordatorio de los sacrificios que implica mantener la estabilidad en un país históricamente golpeado por el conflicto armado. A pesar de esto, miles de hombres y mujeres visten el uniforme con orgullo, dispuestos a proteger a sus conciudadanos.

Sin embargo, ese sacrificio no puede quedar únicamente en las manos de quienes portan un uniforme. Como sociedad, debemos asumir nuestra cuota de responsabilidad. ¿Cómo logramos que el 2025 sea un año donde el compromiso con nuestra Fuerza Pública se traduzca en acciones concretas y significativas?

En primer lugar, es esencial fortalecer el reconocimiento social hacia los integrantes de la Fuerza Pública. Esto no debe limitarse a homenajes póstumos, sino extenderse a mecanismos de apoyo directo, como la creación de fondos permanentes para las familias de los caídos y los heridos en servicio. Estos fondos, financiados por aportes estatales, donaciones del sector privado y contribuciones ciudadanas, deben garantizar acceso a educación, vivienda digna y oportunidades laborales para los familiares de los uniformados.

Por otro lado, es imperativo impulsar campañas de sensibilización que desmonten los prejuicios hacia policías y militares. En muchos sectores de la sociedad, aún persisten estigmas que deshumanizan su labor y los alejan del reconocimiento que merecen. Es aquí donde los medios de comunicación, las instituciones académicas y las organizaciones civiles tienen un papel crucial: generar espacios de diálogo y reflexión que promuevan el respeto y la empatía hacia quienes velan por nuestra seguridad.

Además de las acciones simbólicas, y la política de bienestar social del Ministerio de Defensa para nuestros soldados y policías, el 2025 debe ser el año donde la innovación tome protagonismo en las estrategias de protección y bienestar para la Fuerza Pública. Propongo se desarrollen las siguientes iniciativas:

  1. Inversión en tecnología al servicio de la seguridad: incorporar herramientas como drones, inteligencia artificial y sistemas de vigilancia avanzada para reducir la exposición directa de los uniformados en zonas de alto riesgo.
  2. Una política integral de salud mental como soporte psicológico y emocional: implementar programas robustos de atención psicológica que aborden el estrés postraumático y otros problemas de salud mental derivados del servicio. Este acompañamiento debe ser continuo y accesible tanto para los uniformados activos como para los retirados.
  3. Reingeniería en los procesos de formación en todos los niveles: reforzar la capacitación de la Fuerza Pública no solo en tácticas operativas, sino también en DDHH, resolución de conflictos y construcción de confianza con la comunidad. Esto no solo mejora su desempeño, sino que también refuerza su conexión con la ciudadanía.
  4. Construcción del tejido social en el territorio nacional: la seguridad no puede depender únicamente de la Fuerza Pública. Es necesario que el Estado invierta en desarrollo social y económico en las regiones más afectadas por la violencia, cerrando las brechas que alimentan el poder de los grupos armados ilegales.

Porque proteger a quienes nos protegen no es solo un acto de justicia; es un deber moral y colectivo que nos define como sociedad. La historia nos observa. Que el 2025 sea recordado no solo por los desafíos, sino también por nuestra respuesta unida, valiente y solidaria.

El compromiso con nuestra Fuerza Pública no puede recaer exclusivamente en las instituciones de seguridad. Es hora de que cada sector de la sociedad tome parte activa en esta causa. Los líderes políticos del orden nacional, regional y local deben priorizar la asignación de recursos suficientes para las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, garantizar su adecuada supervisión y promover políticas de seguridad que combinen firmeza con inclusión social.

El sector privado, por su parte, tiene la capacidad de contribuir significativamente a esta causa. Ya sea a través de donaciones, programas de responsabilidad social empresarial o alianzas con el Estado para mejorar las condiciones laborales de los uniformados, las empresas pueden marcar una diferencia tangible en el bienestar de quienes nos protegen.

Finalmente, la ciudadanía debe asumir un rol activo, apoyar las iniciativas mencionadas y generar múltiples acciones de respeto y gratitud hacia los policías y soldados que se encuentran en las calles, los campos y las montañas de nuestro país. La indiferencia no puede seguir siendo una opción.

El inicio de un nuevo año siempre trae consigo la esperanza de un cambio positivo. En 2025, Colombia tiene la oportunidad de demostrar que valora y respalda a su Fuerza Pública de manera integral. Que los sacrificios de 2024 no hayan sido en vano depende de nuestra capacidad de convertir el duelo en acción y la memoria en progreso.

Hagamos de este año un punto de inflexión. Rodeemos a nuestra Fuerza Pública con un sistema ético, sólido y transparente que les permita desempeñar su labor con dignidad y eficacia. Porque proteger a quienes nos protegen no es solo un acto de justicia; es un deber moral y colectivo que nos define como sociedad. La historia nos observa. Que el 2025 sea recordado no solo por los desafíos, sino también por nuestra respuesta unida, valiente y solidaria.

Diversidad, innovación y ética: el trinomio del liderazgo para 2025

El liderazgo para el año 2025 enfrentará retos que demandarán un enfoque renovado y adaptativo. La creciente complejidad caracterizada por la incertidumbre, disrupciones tecnológicas, crisis climáticas y un aumento en la desconfianza institucional son los desafíos más destacados que moldean la agenda global, y exige que los líderes reconceptualicen sus estrategias. ¿Qué acciones deben tomar los líderes para enfrentar con éxito estas complicaciones? La respuesta radica en adoptar una perspectiva que combine diversidad, innovación y ética como ejes centrales de sus directrices y catalizadores esenciales para un liderazgo efectivo para el próximo año.

La diversidad en el liderazgo no es simplemente una cuestión de justicia social, es un imperativo estratégico. Como señala Chris Dyer en su libro “The Power of Company Culture”, una cultura organizacional sólida se basa en la inclusión y en la colaboración de diferentes perspectivas. En un mundo donde los problemas son cada vez más complejos, la heterogeneidad se convierte en un activo invaluable. Los líderes deben fomentar entornos donde se valoren las diferencias, permitiendo que las ideas fluyan y se transformen en innovaciones significativas.

La innovación no es un acto aislado, es el resultado de un ecosistema colaborativo. Para 2025, los líderes deben crear espacios donde se promueva el pensamiento divergente. Esto implica facilitar laboratorios de transformación, establecer equipos multidisciplinarios y, sobre todo, empoderar a las voces menos escuchadas dentro de sus organizaciones. La inclusión activa de diversas opiniones enriquecerá el proceso creativo e impulsará un sentido de pertenencia y compromiso entre los colaboradores.

A medida que la desconfianza en las instituciones se intensifica, la ética se convierte en un pilar estratégico para el liderazgo. La ética no debe ser vista como un conjunto de reglas a seguir, sino como un principio que guía cada decisión. En el contexto colombiano donde la corrupción ha socavado la confianza en el liderazgo, es esencial que los líderes se comprometan a actuar con transparencia y responsabilidad.

Este es un llamado a las autoridades y a la ciudadanía para que trabajen juntos en la creación de un futuro donde el liderazgo sea efectivo y catalizador. El liderazgo no es solo una posición, sino una acción. Es momento de actuar.

Chris Dyer enfatiza que la cultura de una organización se construye sobre los valores que sus líderes encarnan. Un liderazgo ético se traduce en decisiones responsables con el objetivo de establecer un estándar para el comportamiento dentro de la estructura institucional. Para reconectar con sus audiencias es necesario que los líderes se comuniquen con un propósito claro y auténtico en resonancia con los valores de la sociedad, con el fin de atraer a los mejores talentos, y fortalecer la confianza ciudadana y la reputación organizacional.

Para que los líderes en Colombia, tanto del sector público como privado, puedan integrar estos elementos en sus estrategias, propongo las siguientes acciones: implementar políticas que promuevan la diversidad en todos los niveles de la organización. Crear espacios donde todos los miembros del equipo se sientan cómodos compartiendo ideas y opiniones, ya que la escucha activa es crucial para fomentar un ambiente colaborativo. Promover el aprendizaje a partir de errores, en lugar de castigar los fracasos, en donde los desaciertos sean vistos como oportunidades de capacitación. 

Al igual, implementar métricas claras para evaluar el progreso hacia objetivos de diversidad e inclusión. La transparencia en estos procesos es fundamental para generar confianza entre los colaboradores y reconectar con la ciudadanía mediante decisiones éticas, con el propósito claro de fortalecer la reputación organizacional y aumentar el compromiso comunitario.

En conclusión, es necesario un liderazgo inclusivo y transformador que combine diversidad, innovación y ética esencial para enfrentar los desafíos del 2025. En Colombia los líderes deben intervenir con urgencia y determinación para reconectar con sus audiencias y construir organizaciones sólidas con un impacto positivo en la sociedad. Este es un llamado a las autoridades y a la ciudadanía para que trabajen juntos en la creación de un futuro donde el liderazgo sea efectivo y catalizador. El liderazgo no es solo una posición, sino una acción. Es momento de actuar.

Publicada en: https://www.kienyke.com/columnista/jimmy-bedoya

Arquitectura de decisiones para la seguridad ciudadana en 2025

La seguridad ciudadana es un pilar esencial de cualquier sociedad, y enfrenta un reto crítico en Colombia para el 2025: reducir los delitos de impacto como homicidios, hurtos y extorsiones. Ante un contexto de complejidad creciente surge la necesidad de abordar estos desafíos desde perspectivas innovadoras, más allá de las políticas represivas tradicionales. Aquí es donde los principios del libro “Un pequeño empujón (nudges)” de Cass R. Sunstein y Richard H. Thaler cobran relevancia. La “arquitectura de decisiones”, propuesta por estos autores, ofrece un marco poderoso para rediseñar la interacción entre ciudadanos, instituciones y políticas públicas en busca de una convivencia más segura y sostenible.

Históricamente, las políticas de seguridad en Colombia se han centrado en enfoques reactivos, al priorizarse la vigilancia, el control y la sanción. Aunque estas estrategias tienen un lugar importante, han mostrado limitaciones para abordar las causas estructurales del crimen y fomentar la corresponsabilidad ciudadana. Según el Observatorio de Seguridad del Consejo Gremial Nacional en su informe “Panorama de seguridad en Colombia” para el primer semestre del 2024 indica que una gran proporción de delitos, en particular los hurtos y extorsiones, ocurre en contextos donde la oportunidad y la percepción de impunidad juegan roles determinantes.

El 2025 ofrece la oportunidad de transformar la seguridad ciudadana en Colombia mediante la aplicación de enfoques innovadores. Pequeños empujones diseñados con propósito pueden generar grandes cambios en la convivencia. Es momento que las autoridades rediseñen las decisiones y planteen entornos para construir una sociedad más segura y equitativa. Al igual, las autoridades y ciudadanos deben actuar unidos, comprometiéndose a edificar un futuro donde la seguridad sea el resultado de la colaboración y la confianza mutua.

Colombia tiene la capacidad y los recursos para ser un referente en seguridad ciudadana sostenible. Pero este cambio solo será posible si todos estamos dispuestos a rediseñar nuestras decisiones y nuestro entorno con propósito y visión.

Para lo cual al adoptarse metodologías planteadas como la “nudges” se introduce una perspectiva disruptiva en la toma de decisiones que oriente a los individuos hacia comportamientos deseables sin restringir su libertad de elección, al facilitarse decisiones que beneficien a las personas y a la comunidad sin imponer restricciones innecesarias. Aplicar este enfoque a la seguridad ciudadana puede significar un cambio de paradigma al dirigir los esfuerzos en diseñar entornos que prevengan el delito, empoderen al ciudadano y optimicen el funcionamiento de las instituciones.

De la misma forma, promover el fortalecimiento de la accesibilidad y confianza en mecanismos de denuncia, será una pieza clave para combatir el crimen, por ejemplo, un “empujón” efectivo podría ser la simplificación de los procesos de denuncia, ya que Colombia, según el Barómetro de Confianza 2024 de la consultora Edelman, el 69% de los habitantes desconfían de las autoridades gubernamentales y desconocen los canales disponibles para acceder a la justicia. 

Es necesario, fomentar reformas institucionales basadas en liderazgo ético y gobernanza corporativa. Las políticas de seguridad no pueden desligarse de la calidad institucional. Para el 2025 es crucial que las autoridades implementen prácticas de gobierno corporativo que fortalezcan la ética y la transparencia en la gestión pública. 

Es imperativo que las autoridades locales y nacionales prioricen estrategias que combinen ciencia conductual con planificación urbana y gobernanza ética. A su vez, la ciudadanía debe asumir un rol activo, al comprenderse que la seguridad es una responsabilidad compartida. Pequeños empujones, cuando se implementan estratégicamente, pueden generar grandes transformaciones. Colombia tiene la capacidad y los recursos para ser un referente en seguridad ciudadana sostenible. Pero este cambio solo será posible si todos estamos dispuestos a rediseñar nuestras decisiones y nuestro entorno con propósito y visión.

Publicada en: https://www.kienyke.com/columnista/jimmy-bedoya