En algún momento de nuestras vidas hemos vivido dificultades como problemas de salud, pérdida de un ser amado, conflictos laborales y profesionales, entre otras vicisitudes, que han transformado nuestro existir.
Las emociones y sentimientos experimentados en esos instantes en muchas ocasiones nos perturba y desborda la capacidad de realizar un análisis objetivo de la dificultad, por no contar con los elementos esenciales para hacer frente a dichos acontecimientos; sin embargo, aunque no existe la posibilidad de anular el dolor, sí la forma de equilibrar el grado de sufrimiento que le acompaña.
Entonces, quién no ha escuchado la frase “la vida no siempre es fácil” al dialogar sobre el evento transformador con un familiar, una persona mayor o un amigo. Esta máxima encierra una invitación a que los sucesos de la vida deben ser atendidos con carácter, la cualidad que debemos ir evolucionando con el pasar de los años; su formación inicia en la infancia, crece durante la adolescencia y se manifiesta con mayor firmeza en la edad adulta. No lo confundamos con el temperamento.
El carácter se arraiga en nuestra personalidad como esa fuerza interior que hace que, a pesar de las calamidades o incidentes diarios, nos impulsemos a lograr acciones trascendentales y propongamos un legado a nuestros semejantes. El carácter implica la mirada en la solución y en las oportunidades.
Un principio importante para fomentar el carácter parte del respeto propio y por el Otro. En lo personal implica evitar juicios extremos, exigencias absurdas, autocríticas destructivas, y actuar con moderación frente a los deberes y placeres de la vida.
Esta cualidad está en constante evolución y debe ser trabajada hasta el último aliento para lograr una vida en plenitud
Con respecto al Otro comprende observarlo con admiración, sin sentido de sumisión o temor, y menos con búsqueda de dominación; apreciando a ese individuo en su conjunto, con sus intereses, opiniones y creencias.
El carácter es integridad, saber estar e inteligencia emocional, lo que nos permite en el quehacer diario, comportarnos de conformidad con los parámetros sociales, para construir nuestro propio criterio y aprender a relacionarnos correctamente. Lo que hacemos habitualmente refleja lo que existe en nuestro interior.
Así, el carácter también está vinculado a la voluntad y al cumplimiento de la palabra como un voto sagrado de confianza en los compromisos adquiridos. El carácter es un resultado exclusivamente del “yo y mis circunstancias”, de la responsabilidad que tomo frente a lo que digo y la manera en que actuó con cada prueba del vivir.
Eso significa que en nuestras decisiones radica la construcción del camino vital que jamás es estático sino transformador. La vida con sus vicisitudes moldeará nuestro carácter para hacernos cada vez más fuertes y resilientes. Esta cualidad está en constante evolución y debe ser trabajada hasta el último aliento para lograr una vida en plenitud.
Recordemos, no hay vida si no es a través de la superación del dolor. No hay frutos del árbol si la semilla no se desprende, lo que la hace germinar, la convierte en árbol y da frutos. Las situaciones importantes que vivimos en nuestra vida tienen que pasar necesariamente por el camino del cambio y el desarrollo del carácter.
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