La crueldad que emplea un niño para relacionarse con sus compañeros de clase, como la violencia con la que desmiembra un animal o le causa daño a su mascota, constituye una señal de aviso a los padres y a todos los responsables en la tarea educadora de los niños, niñas y adolescentes. Nos debemos entonces cuestionar ¿qué estamos haciendo como padres y educadores para disminuir desde la educación y la crianza, los niveles de violencia?
En este orden de ideas, la violencia evidencia la relación existente entre la debilidad de los procesos formativos y los factores que inciden en ella. Según la teoría de conflictos de Johan Galtung (1998), la violencia es la agudización negativa de la crisis en tres dimensiones: la violencia directa, siendo el eje más evidente de ésta, manifestándose de forma física, verbal o psicológica (comportamientos contrarios a la convivencia y delitos); la violencia cultural materializándose en ideología, se utiliza para justificar o legitimar el daño al otro; y la violencia estructural la que se presenta en aquellas situaciones en las que no existe satisfacción de las necesidades humanas básicas (ausencia de mínimos vitales, educación, salud, inclusión).
El violentar al otro, se enquista en el educando, principalmente por descuido o ignorancia de los padres y en el colegio por la falta de preparación de los maestros. Es entonces en el seno de la familia, el espacio en que sin lugar a dudas debe cumplirse de manera natural, obligatorio e indelegable la formación en valores, solo complementado por la labor del educador en la etapa escolar en donde deben reforzarse los valores enseñados en casa.
El amor, la alegría de vivir y todo lo que implique la armonía, el respeto por sí mismo y por los demás, es generado por la acción de la educación en valores. A quienes no se les enseña y no logran aprender a amarse y a respetarse a sí mismos, serán incapaces de amar y respetar a las personas de su entorno.
La verdadera educación de nuestros hijos debe ser la encargada de permitir que aprendan a dar valor a la interacción social con sus semejantes, lo cual les ayudará a convivir de mejor manera y a sentirse cómodos en los ambientes en que se relacionan. Valores como la amistad, la comprensión, la tolerancia, la paciencia, la solidaridad y el respeto, son esenciales para un sano desarrollo de los niños. Interiorizarlos correctamente hace imposible matar, imposible odiar, imposible ser injustos y finalmente encontrar la verdad en la vida, ya que son acciones voluntarias y de carácter individual realizadas bajo nuestros preceptos éticos.
La formación en valores, virtudes éticas y cívicas es una orientación inteligente y desde luego amorosa. Al enseñarle a un niño a conocer hasta donde van los límites de sus actuaciones, será un mejor ciudadano que aportará al cambio que requieren las comunidades actuales para una convivencia saludable y pacífica. Finalmente, un niño educado para valorar a los demás, es más fácilmente valorado.
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