En Colombia una generación desconoce que antes las personas morían de ancianas, desde la calma de sus hogares y rodeado por sus seres queridos. Estos personajes de características urbanas, nacidos entre el estruendo de potentes motocicletas y el “gatilleo” de subametralladoras Mini-uzi e Ingram, han crecido con la ilusión del dinero rápido. Lo que facilita el incremento en el número de asesinatos en la modalidad de sicariato, por lo que se habla de la incubación de un fenómeno que afecta todo el ciclo vital, una forma colectiva de necrofilia que arremete de forma particular contra los niños y los adolescentes.
Jóvenes que no ven un horizonte, creen que fallecer es su única opción de vida y desean vivir a toda velocidad, emprendiendo una carrera contra la muerte. Son los muchachos más vulnerables de la sociedad, quienes aún conviven con su barriada y amigos del colegio, incluso se esconden tras la falda de su madre, son bien agraciados y muchas veces bien vestidos. Con gusto por la tecnología, las redes sociales, la buena rumba, para quien la vida es tan solo una mercancía que pueden cambiar por objetos materiales. Siendo demasiado jóvenes para clasificarlos como sujetos penales y ni siquiera han sido catalogados como las peores personas, las más inquietas, las más retraídas, pero han adquirido una “profesión”: darle rostro a la muerte.
Otro interrogante para hacernos, ¿qué motiva para que las personas más jóvenes de la sociedad caigan en este holocausto, quienes como ganado se dirigen al matadero, apasionados por el vértigo de asesinar y hacerse matar?
El sumar cuerpos sin vida, le da prestigio a cada joven sicario. No siempre recibe pago por su “trabajo”, pero le sirve para ganar nombre en el mundo delincuencial. Sus héroes son capos tanto de Colombia o México, los admira porque al igual que ellos, antes no eran nadie y ahora tienen reconocimiento. El joven asesino pierde la cuenta de sus “vueltas” y siempre impone miedo confundido con respeto, “es alguien” y el valor de obtener esta identidad es muy costosa -morir antes de llegar a adulto-, la cual está dispuesto a pagar. Al final, cuando el que quita la vida es un criminal, la solución puede ser encarcelarlo o esperar a que muera en su propia ley. Pero, ¿qué está pasando cuando estos adolescentes -nuestros hijos-, son los que matan y mueren?
En el país, las principales víctimas de la violencia son los jóvenes. ¿Quién los asesina? Si esperamos que la respuesta sea un homicida “profesional” y curtido en el crimen, no es tal la situación. Encontraremos una sorpresa: los autores en la gran mayoría de casos son adolescentes. Otro interrogante para hacernos, ¿qué motiva para que las personas más jóvenes de la sociedad caigan en este holocausto, quienes como ganado se dirigen al matadero, apasionados por el vértigo de asesinar y hacerse matar? Reflexionemos, hemos sufrido con la figura sombría y escalofriante de la muerte por años, ayudemos a quitar la máscara mortuoria a los muchachos, solo es cuestión de querer y valorar la vida.