La historia de la humanidad tiene un giro con el desarrollo de la comunicación escrita y la práctica de la lectura. El registro escrito de la información surge en el siglo IV A.C. cuando el hombre prehistórico plasmó primero en muros su diario vivir, posteriormente en tablillas de barro y hasta papiros, llegando al libro moderno actual.
Desde entonces son millones los textos que han definido el lenguaje y la esencia misma de la sociedad. Leer nos hace volar a los tiempos de “Las mil y una noches” en alfombras mágicas y a pedir deseos a genios en botellas.
A despertar como Gregor Samsa convertido en un gigantesco insecto tal como lo imaginó Kafka o creer como Don Quijote en gigantes que vio en molinos de viento. Más aún, en presenciar milagros y conocer nigromantes que nos envuelven con magia.
Bien lo decía Gabriel García Márquez “hay que leer para soñar, para colmarnos de fantasías, para descubrir arcanos que nos estaban velados”.
La lectura nos adentra en un mundo donde no existen imposibles. Leer es una de las actividades que define nuestra personalidad desde una temprana edad, en la cual por medio de libros llenos de riqueza cultural, somos capaces de sumergirnos en un mar de aventuras, viajar sin movernos para conocer lugares que nunca visitaríamos y de contar con experiencias que jamás tendríamos en la vida, es como si viviéramos diversas vidas sin salir de casa.
En este mundo posmoderno el progreso de una sociedad no se basa únicamente en la edificación de una compleja red de infraestructura física, ni en el desarrollo de sofisticada tecnología
Leer inunda el alma con sensaciones que nos conducen de la alegría a la tristeza, de la euforia al terror; podemos trasladarnos al pasado y en el siguiente capítulo concluir en el futuro.
Aun así, la última Encuesta de Consumo Cultural del Departamento Administrativo Nacional de Estadística señala que un colombiano mayor de 12 años lee 4,2 libros al año, lo que significa un tercio de libro al mes y menos de una hora diaria de lectura.
Mientras que se usa cerca de 38 horas semanales navegando en internet, especialmente en las diferentes redes sociales, un tiempo que en promedio se podría invertir en leer un libro de 200 páginas. Cambiar el uso de internet ocioso por la lectura, sin duda aumentaría los índices de lecturabilidad.
En este mundo posmoderno el progreso de una sociedad no se basa únicamente en la edificación de una compleja red de infraestructura física, ni en el desarrollo de sofisticada tecnología. La evolución de un país tiene que ir al par con el avance cultural, una metrópoli moderna no aportará a mejorar la condición social e intelectual de sus ciudadanos si no cuentan con un mínimo de sabiduría.
La lectura es la clave, solo un Estado que facilita y promueve el acceso al conocimiento a su población, le permitirá a sus habitantes vivir con plenitud el presente y estar mejor preparados para atender las dificultades que produce la vida y el futuro.
Publicada en: https://www.cronicadelquindio.com/opinion/opinion/en-tablillas-de-barro