Hoy el liderazgo es de esos conceptos al que de tanto nombrarlos con ignorancia o pedantería le estamos restando profundidad. Cada uno de nosotros es conocedor de su relevancia, pero su sentido final se ha perdido en el rumbo diario. En la angustia de posar como “el líder” caemos en la distorsión de la realidad en una espiral autorreferencial embelesándonos con nuestra propia imagen.
Hace unos días circulaba por las redes sociales y los chats de mensajería instantánea una carta de un profesor que relataba su cansancio provocado por el comportamiento de sus jóvenes estudiantes, abducidos por sus teléfonos inteligentes, y manifestaba que iba a renunciar. En la nebulosa producida por el agotamiento el docente olvidó que el liderazgo desde cualquier punto de vista es un propósito y una forma de vida. No se evade ser líder, se asume la responsabilidad y las consecuencias. La misión consiste en transformar el liderazgo y así apoyar el de los demás.
Liderar no es el objetivo final, es un estilo de vida, una especie de ministerio sacerdotal. Una conducta que exige ser de largo aliento. Necesita de esfuerzo, sacrificio, resiliencia, dedicación y sobre todo responsabilidad. Es una labor inacabada centrada en el ensayo y en el error, rodeada principalmente por el aprendizaje.
Ahora tomemos como ejemplo un ícono de la cultura popular latinoamericana, Roberto Gómez Bolaños, conocido como Chespirito, él creó varios personajes con un tono inspiracional, y nos idealiza el carácter deseable de quien busca convertirse en líder.
Chespirito decía que contrario a los superhéroes del cómic y el cine, uno de sus personajes, el Chapulín Colorado, era un héroe real. “Los otros son todopoderosos, no sienten miedo porque son prácticamente invencibles. El Chapulín se muere de miedo, es torpe y débil, pero igual se enfrenta al problema. El heroísmo no consiste en carecer del miedo, sino en superarlo”.
…en esencia, a la suma de una serie de habilidades que van desde la oportunidad de inspirar una visión compartida hasta la de cultivar en los demás la capacidad de adaptarse a entornos complejos…
Es exactamente lo mismo que sucede con el liderazgo, el líder comprometido se enfrenta a sus temores más allá de sus propias limitaciones. El Chapulín Colorado nos exhorta a gestionar la intrepidez, cuando existe una responsabilidad con las personas, se actúa, se vive, se piensa, se canalizan nuestras experiencias para acompañar, guiar e inspirar al otro.
Los líderes reales y con una alta dosis de humanismo ejercen su guía de forma respetuosa con las capacidades y habilidades de los otros; además, son conscientes de la trascendencia de sus acciones. De igual manera, innumerables personajes en la historia han influido sobre la sociedad, otro de esos líderes “globales”, fue el 16º presidente de Estados Unidos, Abraham Lincoln. De quien podemos extraer varias lecciones de liderazgo.
El presidente Lincoln fue consciente de la necesidad de comunicar y conectar con los demás, desde el principio de su gestión se esmeró por obtener el respeto de los ciudadanos estadounidenses. Lincoln no contaba con gran experiencia dirigiendo equipos, sin embargo, se dedicó a trabajar sus habilidades directivas y con una gran inteligencia emocional se propuso contagiar la pasión por sus proyectos, el más ambicioso, la abolición de la esclavitud en el sur de los Estados Unidos.
Por consiguiente, un estilo de liderazgo sin efectuar una transformación no es en realidad, liderazgo, y menos aún equivale al simple direccionamiento de equipos. Corresponde, en esencia, a la suma de una serie de habilidades que van desde la oportunidad de inspirar una visión compartida hasta la de cultivar en los demás la capacidad de adaptarse a entornos complejos, y siempre desde una búsqueda del beneficio colectivo.
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