Es imposible determinar en estos últimos 60 años el número de madres que han vivido el luto por la pérdida de sus hijos, a raíz de los efectos de la violencia del conflicto armado interno, el cual ha generado 262.000 homicidios.
Especialmente es muy alto el número de jóvenes que han muerto: unos, en calidad de integrantes de la Fuerza Pública, otros de los grupos subversivos y otros de la sociedad civil, quienes quedaron en la mitad de las confrontaciones sin haber tomado partido por uno u otro bando. Las mamás de esos muchachos se han visto enfrentadas a un drama que difícilmente podrán superar.
En la historia de la humanidad las madres han sido uno de los pilares para el desarrollo de la personalidad de las nuevas generaciones. En nuestra cultura tradicional se le ha otorgado un alto valor a la maternidad, equiparando el ser “mujer” con el ser “madre”, por el profundo amor a sus hijos, que conduce a las mujeres a convertirlos en una prolongación de sí mismas, colocando en ellos la razón de su existencia y el logro de sus propios proyectos, sus frustraciones y dedicando su vida a velar por su bienestar.
La pérdida de un ser amado es una de las circunstancias más difíciles de aceptar, la cual genera embargo y confusión. Principalmente la muerte violenta es un acto que fractura de una forma inesperada el ciclo vital de la existencia. Produciendo en los familiares de las víctimas y aún más en sus madres, respuestas subjetivas relacionadas con la manera como esta es interpretada y asimilada.
El asesinato de un hijo es una de las acciones más graves y sentidas en un conflicto armado
Es una experiencia formada por un conjunto de procesos psicofísicos y emocionales que se pueden transformar en violencia y en asumir posturas de rechazo.
El asesinato de un hijo es una de las acciones más graves y sentidas en un conflicto armado, porque al hecho en sí de la pérdida de ese ser querido se adiciona el uso de la violencia y los incidentes externos, convirtiéndose en una violación de las leyes de la naturaleza con la relación al concepto de enfermedad o degeneración de la vida.
Las madres no encuentran referentes ni argumentos que les faciliten el superar el dolor que se les ha infligido, sienten por el contrario como si se les causara la propia muerte.
Aunque la violencia rompió los límites de la tolerancia, las normas judiciales y los parámetros culturales, en esta fecha de celebración del “Día de las Madres” debemos permitir espacios para que las víctimas puedan otorgar el perdón a los victimarios y obtener un proceso resiliente de reconstrucción del tejido social, para no repetir las historias truncadas por profundos dramas sin explicación e interrogantes sin respuesta.
Para las madres que no desean volver a escuchar los gritos ahogados de sus hijos, las víctimas.
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