Este nuevo ciclo que se encuentra viviendo nuestro país, está enmarcado en el logro de la paz, por la finalización del conflicto armado con las FARC y el tránsito a un tiempo de posacuerdo. Sin embargo, la violencia de más de 50 años, protagonizada por actores en armas y desplegada en el territorio nacional, no empleaba la ciudad como su escenario principal; la sociedad apenas si ha extendido su mirada hacia los centros urbanos y su conflicto, por mantener la atención social y política en la terminación de la confrontación armada.
Se observa a nivel mundial con preocupación, la actuación de niños, niñas y adolescentes en actividades delincuenciales, específicamente en la violencia interpersonal. En Latinoamérica, este problema tiene la facilidad de seguir extendiéndose porque se presenta el fenómeno en el cual uno de cada cinco muchachos, entre 15 y 24 años ni estudia ni trabaja, siendo este el periodo en donde con mayor frecuencia los individuos infringen la ley (Banco Mundial, 2016).
Una vez visualizado el conflicto violento en las ciudades las pandillas cobran realce. El surgimiento de pandillas, esta asociado a una serie de condiciones de índole social, afectiva, familiar, cultural y de accesibilidad a la delincuencia organizada. La pandilla es una manera de habitar la ciudad, tomada por jóvenes vulnerables con la intención de sortear los complejos desafíos que trajo consigo el siglo XXI -planteado este espacio de tiempo por Eric Hobsbawn (2002), desde la caída del muro de Berlín-. Es lo que se ha llamado las guerras de pavimento.
En Colombia, el accionar de las pandillas es no pasar inadvertido, todo lo contrario, imponen su ley haciéndose visibles, recalcando a cada instante su determinación violenta para construir un poder social, ejerciendo un dominio sobre el territorio y desatando conflictos con diversos actores, hasta convertirse en estructuras delincuenciales. De ahí, más de la mitad de los homicidios cometidos tienen como asiento los centros urbanos y el 83% de las muertes violentas se presentan en casos de riña y sicariato, además se reporta en el contexto urbano un notable incremento en la participación de jóvenes en la criminalidad desde mediados de los noventa, según bases estadísticas del Centro de Observación para la Convivencia y Seguridad Ciudadana (2016) de la Policía Nacional.
Es por eso que el diseño de políticas públicas de cara al fenómeno de las pandillas, requiere entonces una buena cuota de voluntad política, la pandilla devela la crisis que sacude el proyecto de ciudad. ¿Y cómo se soluciona? Primero, el trabajo con la pandilla urge por políticas frente a la desigualdad en una doble dirección, de un lado la inequidad significa exclusión y cierre de las oportunidades básicas para una vida digna; y segundo, no solo políticas públicas de corte social y cultural pueden proporcionar salidas a la situación extrema que encarna la pandilla, se necesita trabajar con ellas para una reconstrucción profunda del tejido social que sostiene la vida urbana y su convivencia.
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