La indisciplina social se manifiesta por intermedio de diferentes conductas disfuncionales en nuestra sociedad actual. El filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679) lo interpretaba como la transformación del hombre convertido en su propio depredador por circunstancias adversas que le ha correspondido experimentar, porque a priorizado y fomentado los intereses materiales sobre sus propios valores, al tiempo que ignorando los parámetros regidos por los Estados para evitar el caos, la destrucción y la anomia, revela la disrupción en la convivencia social.
Por ende, Hobbes creía que era necesario implementar una autoridad absoluta cuya ley se transforme en la máxima instancia y sea obedecida por todos.
Esta falta de autocontrol ha derivado en un pandemónium social, invadiéndonos mediante una moral laxa, en donde la línea roja de los valores traspasó los límites de lo que no está permitido. Conduciéndonos a una sociedad con tendencias a la corrupción, viviendo un nivel de desintegración inimaginable, abonado gracias a la aquiescencia de muchos ciudadanos.
Abundan las personas que carecen de toda vergüenza, convirtiéndose en un problema que puede ser compensado con una mayor efectividad de la sanción jurídica.
Sin embargo, una herramienta más efectiva sobre el miedo al castigo es el control social, el cual se puede establecer implícitamente por la sociedad para mantener el orden de los individuos y permitir el desarrollo de un nivel de vida organizado y disciplinado.
La impunidad social es aún más grave que la impunidad penal
En Colombia todos tenemos derecho a protestar contra los incumplidores. La vergüenza debe ser a las normas de convivencia lo que la cárcel es al Código Penal, debemos contar con un reproche social capaz de avergonzar a los indisciplinados.
El control social debe hacerse presente de diferentes maneras, tanto a través de prácticas formales e informales, mediante regulaciones socialmente aceptadas por medio de la coacción del mismo individuo sobre su actuar.
Entonces, la premisa fundamental debe ser convertirnos en un modelo de pulcritud y de moral intachable, lo contrario llevaría al olvido de la fiscalización social y se instalaría en el imaginario social del “todo vale”.
Finalmente, el control social se debe enseñar desde el seno de instituciones como la familia, los colegios y los diferentes círculos sociales. Estas normas autoimpuestas de reproche social deben considerar una fuerte censura de determinadas actitudes y acciones de la sociedad.
Por un lado, las autoridades deben propender, no tanto por incrementar las condenas legales, sino por el contrario que efectivamente estas sanciones se cumplan, y por otro, que la cultura ciudadana se encamine a mejorar los niveles de autoregulación. Reflexionemos, la impunidad social es aún más grave que la impunidad penal.
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