Las festividades de fin de año son un tiempo privilegiado para reflexionar sobre aspectos fundamentales de la existencia, por ejemplo, preguntarnos ¿la vida se trata de obtener lo que merecemos?, o, ¿solo debemos enfocarnos en lo que construimos?
La mayoría del tiempo nos dispersamos en la cotidianidad y solo cuando se presentan eventos como un cambio de trabajo, un accidente de tránsito, el inicio de una relación de pareja, la compra de una residencia, el nacimiento de un hijo o el fallecimiento de un ser querido, e incluso, la más reciente graduación académica, es cuando la vida nos convoca a mirarla con detenimiento.
En esos momentos de cambio puede que no logremos una comprensión total de la realidad a causa del alto nivel de emocionalidad con el que los experimentamos, sin embargo, la vida está relacionada con la manera cómo se interpreta lo que sucede a nuestro alrededor para manifestar las prioridades que forjan el bienestar emocional; así, esos acontecimientos deben provocar acciones, y ser fuente de motivación extra para seguir mejorando algún aspecto de nuestra vida.
Por consiguiente, es necesario que evitemos centrarnos en la pregunta: ¿tengo lo que realmente me merezco? Esta forma de pensar solo nos conduce a entender el resultado de nuestras acciones de una manera emocional y reactiva, en ese contexto el “merecer” es un concepto genérico que obstruye la capacidad de decisión de los individuos por fuera de sus circunstancias; y la vida va más allá de ser resumida por cuánto merecemos o poseemos.
Los intentos de llegar a una conclusión sobre si tenemos lo que nos corresponde, resulta demasiado sesgado para sernos útil y malogra nuestra salud mental; ya que no existe una correspondencia directa entre la dedicación que se pone en un proyecto y los resultados de este, en donde otros factores fuera de nuestro control entran en juego. La idea de merecer o no algo nos lleva a gestionar mal la formulación de nuestras prioridades.
La edificación de una existencia sana y con propósito se posibilita con honestidad al ponerla en contacto con sus realidades y límites
Así, la valoración sobre la construcción de nuestros logros mediante una serie de esfuerzos metódicos es mucho más útil que pretender valorar si nos merecemos o no aquello que alcanzamos o se nos es ofrecido. Lo recomendable es asumir con naturalidad que no tendremos lo que nos merecemos, pero sí lo que hemos construido. Es romper las barreras del individualismo y transitar entre el Yo y el Otro.
Construir la vida es un compromiso diario. Se hace con cada paso dado, en las decisiones nimias y en las grandes acciones. Somos el hogar en el cual deseamos vivir el resto de la vida, a partir de la confianza y el valor conferido a la materia prima proporcionada por nuestras cualidades, talento único y escala de valores.
La edificación de una existencia sana y con propósito se posibilita con honestidad al ponerla en contacto con sus realidades y límites. La vida es una espiral ascendente y descendente, es un hecho holístico. Aceptar las experiencias vividas, sean de gozo o de tristeza nos demostrará, una y otra vez, que nuestra identidad está a merced de la construcción del ser.
Crecemos con los cambios en nuestros valores y formas de vivenciar el mundo. La opción siempre es caminar, agradecer lo vivido y asumir que el mayor aprendizaje es comprender que la vida es una ruta, un eterno proceso en construcción, una impermanencia.
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