La delincuencia juvenil comienza a manifestarse entre los 8 y los 14 años, logra su cumbre entre los 15 y los 19 y termina progresivamente entre los 20 y los 29. Adicionalmente las cifras del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC), nos indica que el 38% de la población de sus 135 centros penitenciarios en seis regionales, son jóvenes de 18 a 29 años de edad.
De la misma manera las cifras emitidas por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), mediante el Sistema de Responsabilidad Penal en Colombia, informa que desde su implementación en el año 2007, hasta junio del año 2017 se registra un total de 233.055 ingresos de menores.
La adolescencia es el periodo de la existencia con mayor potencial y también donde se presentan los más altos riesgos. En esta etapa los jóvenes sientan las bases de todo su desarrollo para el futuro y obtienen la capacidad de razonamiento y argumentación entre el amor y el odio. Se generan habilidades para explorar su individualidad, reconocer sus sentimientos y regular sus emociones.
Las ciencias del comportamiento pueden aportar para reducir el delito
En el momento de presentarse escenarios marcados por el abuso, la falta de atención por padres y custodios, sumado a la desigualdad y la vulnerabilidad social, la pobreza y la exclusión del sistema educativo, se multiplican los factores para que se origine un comportamiento antisocial que conlleve a tomarse decisiones erróneas como el iniciar a delinquir.
En algunos países de la región se implementa la terapia multisistémica como un tratamiento intensivo que aborda de manera integral los problemas conductuales asociados a transgresiones y factores de riesgo de reincidencia delictual, que buscan incidir en la integración social de los jóvenes y evitar que se conviertan en potenciales delincuentes; empoderando y orientando principalmente a sus padres o cuidadores, hermanos, amigos y profesores, para favorecer conductas prosociales en el joven, junto con el desarrollo de capacidades protectoras y competencias parentales en la familia.
Este programa sirve como ejemplo, demostrando que el uso de las ciencias del comportamiento puede aportar para reducir el delito. En los territorios donde se ha implementado se ha intervenido grupos de jóvenes de bajos recursos mediante actividades que contienen elementos de terapias cognitivo-conductuales, las cuales brindan una oportunidad para crear opciones económicas y eficientes en comparación a los altos costos de la criminalidad juvenil.
Finalmente, las ciencias del comportamiento han demostrado ser exitosas para la reducción de la violencia y su aplicación en Latinoamérica resulta más que promisoria. El triunfo de este proyecto depende del compromiso y el aporte de los distintos niveles del Estado, la academia y desde luego la sociedad civil.
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